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COLUMNA: Tejabán Cuadros de Pancho Villa

OPINION

COLUMNA: Tejabán Cuadros de Pancho Villa

Por Carlos Ramírez Vuelvas

Cuando Regino Hernández Llergo (el revolucionario de la prensa) se encontró con aquel Pancho Villa (el revolucionario agrario), el resultado fue un bing bang en la historia del país, en un sentido distinto al que apuntó Carlos Monsiváis cuando tildó al periodista de un simple maledicente.

Cuando se vieron frente a frente, un periodista político en ciernes con demasiada precocidad, y un influyentísimo general viejo con poco tacto político, algo sucedió en la historia de México, y en la categoría social del mexicano. El encuentro está lleno de extraños simbolismos, como siguiendo el guión de un vaticinio, la predestinación de un avatar.

En uno de los momentos más insólitos de la entrevista, Villa dirá que sólo a través de la limpieza (“de quitarse lo mugroso”) México saldría adelante del retraso postergado por el Porfiriato. Más que el hambre o la pobreza, a Villa le molestaba la suciedad. A nivel estético, esa molestia no contradice sus preocupaciones éticas: a pesar de su tremenda debilidad por las bodas (Paco Ignacio Taibo II, en su excelente biografía sobre Villa, le cuenta más de 75 esposas, todas con boda de por medio), la integridad de Villa es probada hasta en su negativa por consumir alcohol y a su preferencia por las ropas de colores claros. De ahí que la gustara que sus mujeres llegaran de blanco al altar.


Por lo demás, Llergo tiene la suficiente sensibilidad para construir un cuadro básico de lo que sería la figura de Villa en la historia de México, vista desde el futuro con dirección al pasado. Su reportaje se anticipa a la historia de la Revolución, porque es consciente de que la está construyendo. En Llergo, la Revolución es work in progres. Un cuadro que, desde luego, no fue comprendido en el momento. Para Llergo, Pancho Villa era la imagen del patriarca bueno y tolerante que tiene los suficientes bríos para imponer su fuerza sobre cualquier obstáculo. Villa es una fuerza brutal que se enternece al acariciar a un niño. Villa sabe de cualquier área del trabajo, menos del trabajo intelectual, que considera poco serio y enérgico. Llergo construye así la imagen del patriarca soberano, fuerte, bueno, bondadoso, progresista, protector… El icono de un sistema de gobierno pobre en ideología pero desbordante en su poder de seducción.


Ese índice de cualidades habrá calado en la sensibilidad de la sociedad mexicana, ávida de soluciones después de una década convulsa. Llergo no decía nada nuevo sobre Villa. Esa imagen, de alguna forma, ya la habían moldeado otros intelectuales, pero tal vez ningún periodista alcanzó los niveles inmediatos de influencia como los alcanzados por Llergo. Durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, por ejemplo, Llergo fue el periodista más incómodo para el Estado.

El caso más conocido de sus actos de burla de la imagen presidencial, fue la creación de la revista Rotofoto donde se publicaron imágenes del Tata en calzoncillos. Al periodista, la censura poco le importó y continuó con sus ataques contra los gobiernos priistas; aunque estos ataques muchas veces eran una forma de negociar con el poder, de fondo permanecía su evocación por validar su interpretación de “los ideales revolucionarios” de Pancho Villa.

Entonces vino la última negociación política del periodista, logró que Lázaro Cárdenas, para reforzar la imagen del Partido de la Revolución Mexicana (como se sabe, el antecedente del Partido Revolucionario Institucional, y el precedente del Partido de Estado creado por Plutarco Elías Calles), incorporara la imagen de Pancho Villa a toda la imaginería oficial. El Centauro del Norte se convirtió en imagen de Estado en el pacto político entre el periodista y el presidente. Así se hacían las ideologías.


¿Cómo se completa una imagen de Estado como la de Villa, estampada en los estandartes del partido oficial? Con la antigua construcción simbólica que había presentado Hernández Llergo: un hombre-estado patriarcal, bondadoso, benevolente, progresista, fuerte. Un hombre desesperado por “quitarle lo mugroso” a los mexicanos. En la sensibilidad mexicana, la imagen fue apropiada de inmediato.

Todos los hombres mexicanos querrían ser como Pancho Villa. Imagen del macho, el Centauro. Versión mexicana: un centauro norteño con carrilleras. Culturalmente esto podría explicar la simpatía popular con la imagen soberana del PRI, un patriarcado progresista al que se le es permitido cualquier determinación bajo el compromiso de cumplir uno solo de sus planteamientos, la limpieza del pueblo.

A fin de cuentas, Villa nunca preguntó si lo que hacía era correcto; se imponía porque era el macho alfa. Esta política de limpiar al pueblo es la que suelen repetir las alcaldías y gobiernos municipales de casi todo el país. Podrían no haber hacho nada durante su mandato, pero al menos habrán cambiado el asfalto, reorganizado el sistema de colecta de basura y re decorado el jardín y la plaza principal.


Así se funda oficialmente el villismo, tercera etapa de la construcción simbólica de un Pancho Villa vigente. Para la historia del PRI, ahí aparece la definición de gobierno, aplicar el sentido pragmático de Villa a favor de la purificación popular. El priismo como versión mexicana del liberalismo, tiene mucho de pulimento neoclásico al mismo tiempo que una preocupación por mostrar el vigor masculino.

El liberalismo mexicano es un machismo de buenas maneras, pero de malas costumbres. La patología del macho es su enfermedad destructiva. En su último esfuerzo por recordar a Villa, Hernández Llergo pidió que se colocara el nombre del general en letras de oro en las paredes del Congreso de la Unión, lo que le fue concedido. Según la entrevista que Antonio Sierra García realizó con los familiares directos de don Regino Hernández, el periodista siempre recordó con cariño a Villa. Para él, como para Paco Ignacio Taibo II, fue el más auténtico de los revolucionarios.

Editado por: Redacción, con información de Paulina Anahi Atanacio Silos

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