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Colores bajo la Luna

Colores bajo la Luna

Entre los tonos intensos del rojo y el negro, una visita a la sex shop Luna Roja se transforma en una experiencia sensorial y reflexiva. A través de los ojos de una visitante primeriza y la guía empática de Marco, el encargado, la crónica desmonta prejuicios y revela un espacio lleno de color, diversidad, juego y humanidad. Más allá del tabú, se encuentra la naturalidad de explorar sin culpa, porque hablar de placer también es hablar de libertad.


Rojo y negro son de los primeros colores que uno piensa al mencionar estos lugares.

Rojo en la escalera angosta de metal que subes, eterna, como si cruzaras un umbral a lo desconocido. Rojo el fuego detrás de una Merlina Adams de aires punk en un graffiti sobre la pared frontal cuyos ojos te siguen inanimadamente en tu camino. Roja la luz del semáforo que detiene el movimiento de los coches en la avenida como si el tiempo se detuviera, expectante de tus movimientos. Rojo tu rostro cuando te sientes observado, vigilado por la nada, inconscientemente apenado como si estuvieses haciendo algo mal, probablemente por la reputación del sitio al que estás por entrar.

Negro en la puerta de acceso entreabierta, esa que parece retarte en silencio, y no hay nada más…solo tú valentía formandose para decidirte en ir a empujarla. Y dentro el negro regresa en forma de columnas, altas que llegan hasta el techo, decoradas de dibujos en gises pasteles y blancos de cuerpos desnudos, de esos que provocan pensamientos oscuros de aquellos que se susurran en círculos concretos. 

Rojo en el nombre de Luna Roja.

Pero en su interior otros tonos se integran.

Naranjas y amarillos que entran por las ventanas opacas, cubriendo la vista de ojos ajenos; verdes en las plantas que decoran la zona de caja a la par de papeles de descuentos y productos variados, y un par de preciosos ojos azul pálido brillantes y curiosos pertenecientes al gato siamés que me observa desde su camita acomodada en la esquina, a un lado de la silla giratoria de empleados.

Él maulla curioso, estirándose y contoneando sus caderas como si fuese parte del personal, preparado para atenderme, y cuando su cola acaricia suavemente la caja registradora no puedo evitar preguntarme cuántos clientes habrían sido evaluados por esos ojos antes que yo.

Entonces del interior de una puerta interna regresa el color negro en las prendas de Marco, quien no necesita decir nada para demostrar que tiene el lugar tan dominado como su propio cabello de naturaleza rizada bajo una buena cantidad de gel. 

— Bienvenida. Si necesitas algo, dime.

Desprende un aire intimidante al principio, quizá por la argolla plateada tipo septum que decora su nariz, los anillos en sus dedos o los tatuajes que decoran su brazo izquierdo, pero cuando me saluda con una sonrisa medida, amable y profesional sé que estoy en buenas manos, y cualquier atisbo de inseguridad se deshace.

A Marco no le costó deducir que se trataba de mi primera vez en una Sex Shop.

Tal vez por la forma en la que recorro con la mirada los estantes sin tocar nada en un principio, llenándome de los colores que todos desprenden: Morados, rosas, verdes lima, turquesas y tonos que varían de entre el melocotón y el chocolate buscando asimilar tonos de piel humanos.

Y entonces ya no son solo colores. Tamaños varían con la cantidad de juguetes que cubren toda una sección de estanterías, texturas diferentes entre las prendas de lencería, olores en velas y aceites corporales e incluso sabores en dulces de exóticas presentaciones y lubricantes.

Y como si interpretara mi curiosidad con intimidación e indecisión probablemente a partir de experiencias previas con otros nuevos clientes, Marco decide darme un consejo para mantenerme tranquila:

— Aquí no hay prisas. Al final no es tan distinto a cualquier otra tienda.

Lleva trabajando en Luna Roja desde hace dos años tras descubrir la vacante Pablo Silva en una publicación de Facebook, quedando interesado por la cercanía, no viéndola más allá que un simple trabajo como los del resto.

— Pues es mi trabajo, para nada debería ser un tema tabú. Son cosas muy normales, muy naturales. Ya es cosa de cada quién, como esos a los que les da pena.

La hora a la que más llega gente es a partir de las siete de la noche, a dos horas del cierre de la tienda, porque intimida mostrar colores contra la fuerte y viva presencia del sol, como si el simple acto de entrar dejara al descubierto una parte íntima que muchos prefieren mantener en secreto, socorriendo a la oscuridad de la noche como si a la luz de la luna se volvieran invisibles al ojo humano.  Los compradores varían en género, pero en edad el dardo cae alrededor de los treintaitantos años de edad.

— Uno pensaría que serían más jóvenes…de esos que exploran mucho sin pena, pero no, acá casi siempre vienen adultos y solos, y se llevan muy seguido lubricantes o pastillas vigorizantes.

Me muestra las opciones, frasquitos pequeños y paquetes, marcas de nombres peculiares y juegos de palabras que combinados con los colores vibrantes dejan un aire de jugueteo, porque…al final, eso es lo que es.

— La sexualidad no debería ser algo difícil, es algo que se debería disfrutar, o sea, es parte de todos.

Porque en la vida hay más allá que rojo y negro.

Porque no son solo colores: son códigos, niveles, experiencias que sacuden sensaciones que no siempre se nombran, pero que se sienten con fuerza en la piel y en la mente.

Son la seguridad que se gana al conocerse, y que la curiosidad no debería ser motivo de vergüenza o culpa.

No es algo tosco, asqueroso o algo a lo que se le debería tener miedo, no cuando es algo tan natural. No más de lo que lo sería respirar profundo, saborear un platillo favorito o escuchar el latido de tu corazón. 

Porque es simplemente humano.

Porque detrás de una luna roja, existe una galaxia estrellada de tonos fantasía: lilas curiosos, turquesas atrevidos, dorados cálidos y neones chispeantes. Un espectro infinito de posibilidades. Todas diferentes, todas válidas, todas listas para ser exploradas sin miedo.

Texto e ilustración: Anamari Lorenzo

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