Loading Now

Ser mujer: espacio público y silencio roto

Karina y su hermana en su primera marcha del 8M, después de ser víctima de acoso callejero

Ser mujer: espacio público y silencio roto

Por: Elizabeth Vázquez

Enseñamos a las niñas a tener vergüenza. Les hacemos sentir que, por el hecho de nacer mujeres, ya son culpables de algo.

-Chimamanda Adichie

Lo personal es político

-Carol Hanisch

A través del testimonio de Karina, una joven universitaria víctima de acoso sexual en el transporte público, este texto narra el impacto emocional de una violencia cotidiana que muchas veces permanece silenciada, haciendo un llamado urgente a transformar el espacio público en un lugar seguro y digno para todas.

El viejito de la boina verde

Karina esperaba el camión que la llevaría a su primer día de universidad. Eran las 6:30 de la mañana, y sentía la expectativa asentada en el pecho, abrazada a su corazón, que latía inquieto. Estaba a punto de comenzar un nuevo capítulo en su vida. “Había planeado la ropa que usaría para mi primer día; quería verme y sentirme relajada. Estaba entusiasmada, y me sentía muy linda”, recuerda de esa mañana.

Llegó el transporte, y Karina se adentró en lo que parecía ser una lata metálica de gran tamaño; rápidamente notó que el autobús mantenía escondida en las entrañas una cantidad desproporcionada de personas. Finalmente logró apiñarse en uno de los laterales, y a duras cuestas, sujetarse de un asiento, tan amarillo y resbaloso como la mantequilla misma. Apretujada entre pasajeros, apenas notó a los dos hombres a su lado: uno era joven y le despertó una sensación de desconfianza inmediata. El otro era de la tercera edad y llevaba puesta una boina muy particular: color olivo, a rayas y con una peculiar forma que describe como semiredonda. Karina registró su presencia como inofensiva, y decidió nombrarlos mentalmente el joven y el viejito. Este último se acomodó a su lado, más ella no le dio importancia, pues el transporte estaba lleno; los espacios eran escasos, y el bochorno de todos los pasajeros notable.

El tiempo voló; un par de paradas y canciones después, dos asientos quedaron libres. La humedad provocada por el encierro empezaba a generar estragos en los y las asistentes, víctimas prístinas del conglomerado mejunje humano. Karina se sentó en uno de los dos asientos, buscando alejarse de el joven, cuya presencia mantenía en un estado de alerta constante a su, de por sí naturalmente nervioso, sistema humano; casi ni se dio cuenta de que el viejito se sentó a su lado. Su parada estaba cada vez más cerca; la orilla de la boina olivo, casi rozándole el hombro.

Entonces el ruido ambiental típico del tránsito vial matutino se convirtió en un zumbido lejano; el sonido de los claxon y el rechinido de las llantas haciendo fricción contra el empedrado se deshicieron en una nada absoluta. Un silencio adormecedor revistió el panorama de Karina. Fue como si todas las personas presentes desaparecieran y la música de sus auriculares se descompusiera en cien tonadas distintas hasta transformarse en un pitido agudo: en un vacío total. La mano áspera de el viejito comenzó a transitar libremente por el cuerpo de Karina, trazando su propia ruta de trayecto.

Ella se encontró perdida en un trance; perdió la voz entre el estómago y la garganta. Desapareció en vida, y a pesar de sentirse completamente atolondrada, nunca se había sentido tan consciente del lugar en el que estaba.

Otra parada, que ya no sabía si era la suya; observó a una señora bajar, y deseó ser ella.

Olvidó su destino, y se descubrió incapaz de recordar su propio nombre; una gota de sudor bajó por su nuca, incómodamente. Encontró a el joven con la mirada, quien observaba fijamente la mano invasora sobre su anatomía, rompiendo un poco más el corazón de la idealista Karina con cada movimiento.

Otra parada. Karina no podía respirar; reconocerse jamás le había resultado tan difícil, tan doloroso. No quería ser ella, porque lo que le estaba ocurriendo podría marcarla, y no quería que ese momento la definiera. Una espiral de complejidades la azotó de repente, y el mundo volvió a moverse.

Apenas reconocía el lugar en el que se encontraba; se levantó decidida a salir de la lata bullente, ya casi vacía. Con prisa, se acercó a la parte trasera del camión y presionó el botón rojo que debía llamar al chofer a detenerse. Un bip demasiado agudo; otra gota de sudor salada que le alcanzó los labios: el pánico, presente y enérgico, latente, palpitándole en la nuca. El vehículo no se detuvo.

Sintió algo en el brazo, y se dio cuenta de que el viejito la había alcanzado. Presionó el botón de nuevo, ansiosa. Sintió algo en la espalda; la envolvía un abrazo extraño y desagradable. Podía sentir grietas invisibles naciendo en las partes de su anatomía que se habían encontrado con el cuerpo ajeno y asaltante.

Logró distinguir una mancha verde olivo y una mata de cabello blanco detrás de ella; las sintió demasiado cerca. Una respiración en el cuello, que no era la suya y el cuerpo cansado; una presencia inquietante que no encajaba con la suya. Bip, bip. Sudor. El autobús no se detenía; de repente se sintió muy sucia, y muy fuera de sí; “impropia sería la palabra”, comenta ella.

Su propio grito la sacó del trance y rompió el silencio asfixiante. El camión se detuvo. Bajó a trompicones, huyendo de el viejito de la boina verde.

Finalmente se obligó a sí misma a seguir con su vida; lo comentó medio en broma, medio en serio, con sus amigas, que no volvieron a sacar el tema. Se presentó frente a su clase y se encargó de enviar directo al olvido cualquier atisbo de emoción que amenazara con salir a flote a lo largo del día. “Después de lo ocurrido, ya no quería traer puesta la ropa que había elegido para ese día. Ya no me sentía yo, ya no me sentía cómoda, ni bonita”, menciona Karina.

“No asimilé la situación hasta que se la compartí a mi actual pareja, aunque también se lo conté como sin nada, a pesar de que de verdad me hace sentir mal a veces. Intento verlo por el lado de que al menos me ocurrió a mí y no le pasó a una niña, o a alguna chica menor que yo”, comenta ahora Karina al respecto. “Después de esto, tuve miedo mucho tiempo de subir a la ruta y encontrarlo. De verdad que no sé qué haría si eso pasara”.

Hasta el día de hoy, Karina desconoce la identidad de el viejito de la boina verde; ese mismo que apagó su brillo y le robó la emoción de sus primeros días de educación universitaria. Teme volver a encontrarlo.

IMG1-3-1024x589 Ser mujer: espacio público y silencio roto
Karina

Colima, ¿tierra libre de acoso?

El gobierno del Estado define el acoso como el ejercicio del poder relacionado con la sexualidad de connotación lasciva, o favores de naturaleza sexual, para sí o para un tercero, valiéndose o aprovechándose de una situación de superioridad o posición jerárquica. La Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) estimó que en 2021 el 73.9% de las mujeres de 15 años o más habían experimentado algún tipo de violencia a lo largo de su vida; específicamente en Colima, el 48.2% de las mujeres experimentaron algún tipo de violencia tan solo ese mismo año. La misma ENDIREH confirmó que en 2022, el 45.6% de las mujeres habían sido agredidas en el espacio público al menos una vez en su vida en México.

Referente a las conductas violentas, la Encuesta Nacional de Seguridad Urbana 2021 (ENSU), afirma que “los piropos groseros u ofensivos de tipo sexual” fueron la principal forma de acoso que apuntaron haber recibido las mujeres encuestadas en todo México, con un 16% de afectadas. El 3.4% se enfrentó a que alguna persona le mostrara o tocara sus partes íntimas enfrente de ellas, y el 3.3% dijo haber padecido que las tocaran, besaran o se les encimaran con fines sexuales sin su consentimiento.

En Colima, la penalización legal por acoso equivale a entre doce y veinticuatro horas de arresto si es de naturaleza verbal, y de tres a ocho años de prisión si se trata de acoso callejero de índole sexual, sin embargo, en ambos casos existe la posibilidad de reemplazar la detención con el pago de una multa. Si bien el acoso callejero es un delito tipificado en el Estado frente al cual se han propuesto diversas estrategias como los Corredores Seguros y la línea de ayuda SUBSEMOV, ¿qué tan eficientes son estos sistemas de defensa y conteo?

Para denunciar un caso de acoso callejero, es necesario acudir a las oficinas de Fiscalía del Estado (o ingresar a la página web, de llevarse a cabo el proceso en línea) con una serie de datos que incluyen información básica de la persona afectada, y de la persona a denunciar. Si no se cuenta con el nombre y/o referencias de la persona a denunciar, resultaría imposible proceder con la demanda; de proceder, se abriría una carpeta de investigación que requeriría de evidencia y testimonios, entre otras cosas.

Así que sí, el acoso callejero está tipificado y se reconoce como delito a nivel Estado, pero denunciarlo sigue siendo una odisea. ¿Cuántas mujeres conocen el nombre de su acosador? ¿Cuántas pueden encontrarlo después del ataque? La burocracia revictimiza y el miedo paraliza.

IMG2-1024x576 Ser mujer: espacio público y silencio roto
Mensaje en ruta 10

Denunciar no es suficiente

Sara, quien trabajaba en una escuela, experimentó esta realidad de primera mano. Una noche, al salir del trabajo, mientras se dirigía a la parada del camión para emprender su camino a casa, un hombre se acercó a pedirle la hora. Sara sacó su teléfono para verificar el dato cuando un movimiento por parte del extraño la detuvo. El hombre la había tocado de manera lasciva.

Sara no supo realmente cómo reaccionar frente a lo sucedido, hasta que un joven se acercó al hombre con gesto molesto; entonces comenzaron a gritar y a manotear. Ella, confundida, se mantuvo quieta en donde estaba, casi sin respirar, hasta que el hombre se fue. Entonces el joven se acercó a preguntarle cómo estaba y ella se echó a llorar, pues no sabía qué contestar.

El joven le sugirió llamar al 911 para reportar el incidente, y se retiró; la persona que atendió la llamada de Sara la acompañó en la línea telefónica aproximadamente diez minutos, mientras esperaban a que llegara una patrulla. Mientras esperaba intranquila, el hombre de la bicicleta regresó, con una bolsa de tacos en la mano. “Tuvo tiempo de comprar tacos, y volver, y yo seguía esperando, en línea con los operadores. Yo les decía, oye, pero ya viene para acá, ¿y si me hace algo? Lo único que me pudieron decir fue pónganse en un lugar seguro y no se exponga. No le diga nada a esta persona”, recuerda ella.

Entonces Sara esperó, en tensión. El hombre volvió a irse, y ella perdió su camión. Quince minutos después, llegó la patrulla; le preguntaron por la ropa que vestía el individuo y se fueron a buscarlo, más no regresaron. Sara nunca volvió a saber nada; no le dieron más información al respecto, y hasta el día de hoy, desconoce el paradero de este individuo.

“Yo vivo el acoso callejero todos los días. Estas microviolencias o violencia simbólicas: que me toquen el claxon, que me digan cosas, que me avienten besos. Esto incomoda, pero como he aprendido, es más desgaste el increpar al individuo, porque se van y no los encuentran; las mujeres tenemos las de perder en ese sentido”, comenta respecto al tratamiento del acoso callejero en Colima.

IMG4-1-1024x768 Ser mujer: espacio público y silencio roto
Sara

Calles Sin Acoso: Resistencia y sororidad

Frente a la indiferencia institucional, mujeres como Sara han encontrado en la organización colectiva una forma de resistencia. Hace diez años nació Calles Sin Acoso Colima, una colectiva que busca visibilizar la violencia en el espacio público y exigir soluciones. Todo comenzó cuando el término feminismo aún se hablaba en secreto: “Recuerdo que una compañera que venía de Canadá hizo pública una experiencia de acoso callejero con un taxista. Ella caminaba por las calles del centro de Colima cuando un taxista se le acercó y le preguntó por una dirección. Al voltear para responder, se dio cuenta de que el taxista se estaba masturbando. Al hacer pública su experiencia, muchas mujeres nos sentimos identificadas”, comparte Sara como parte del motivo inicial de la Colectiva.

A partir de eso, se organizaron una serie de reuniones para compartir las vivencias de las mujeres colimenses frente al acoso callejero, y brindar en contención grupal. Con el tiempo decidieron formalizar la agrupación y decidieron llamarla Demos el Primer Paso, porque para ellas era necesario dar un paso adelante y comenzar a hablar de acoso callejero públicamente.

Al principio, esto provocó burlas. Hoy, aunque persiste la resistencia, la organización ha logrado avances, como la tipificación del acoso callejero como falta administrativa en Colima y Villa de Álvarez. Sin embargo, el camino a la justicia sigue lleno de trabas.

Poco a poco, fueron apropiándose de espacios: “realizamos actividades como intervenciones en el Jardín Núñez, el Jardín Libertad y el Andador Constitución para identificar las zonas de mayor riesgo. Con el tiempo, se creó un movimiento nacional llamado “Calles Sin Acoso“, que nos invitó a sumarnos con la condición de adoptar el mismo nombre. Así, cambiamos de “Demos el Primer Paso” a “Calles Sin Acoso Colima” y nos unimos a una red nacional presente en distintos estados del país”. A pesar de los obstáculos, la lucha continúa. Calles Sin Acoso Colima sigue creando espacios de diálogo y denuncia. “Necesitamos políticas públicas que no solo atiendan a las víctimas, sino que prevengan estas violencias”, comenta Sara.

Otro gran desafío al que se han enfrentado ha sido la falta de protocolos en las instituciones para atender estas denuncias. Sara recuerda especialmente un caso en el que un taxista le hizo comentarios de connotación sexual: “Grabé sus placas y su número económico y fui a la Fiscalía, pero me dijeron que no era un delito y que necesitaba el nombre del chofer para proceder. Cuando contacté a la Secretaría de Movilidad, me informaron que necesitaban una orden judicial para proporcionar los datos. Esta falta de coordinación entre instituciones dificulta que las víctimas puedan denunciar”, comenta, reconociendo las faltas sistemáticas que dificultan los procesos legales frente al acoso callejero y dejan a las mujeres colimenses en vulnerabilidad frente a este tipo de violencias.

“El seguimiento también es muy deficiente. Aunque el acoso callejero está catalogado como falta administrativa en algunos municipios, las denuncias requieren datos que muchas veces son imposibles de obtener, como el nombre o dirección del agresor. Además, el proceso es tan complicado que muchas mujeres optan por no denunciar”, añade al respecto Sara, quien tiene 10 años de experiencia en acompañamiento de víctimas de acoso.

“Creo que es importante seguir generando espacios de diálogo y buscando estrategias para visibilizar esta problemática. También es fundamental que las instituciones encargadas de protegernos generen políticas públicas y protocolos no solo para atender a quienes denuncian, sino para prevenir estas violencias”, finalizó Sara, concluyendo que el espacio público debería ser un lugar seguro para todos y todas, y asegurando que caminar sin miedo no debería ser un privilegio, sino un derecho.

Por un Colima libre de acoso

Solo cuando las calles sean seguras para todas las personas podremos hablar de una sociedad verdaderamente equitativa. La transformación comienza en cada conversación, denuncia y acto de sororidad; iniciativas como Calles Sin Acoso brindan a las mujeres espacios de resistencia y denuncia que resultan fundamentales en la actualidad, pues les ofrecen la empatía que les ha sido negada por parte de las instituciones encargadas de su protección.

Las deficiencias en el sistema de denuncias distorsionan las cifras reales del acoso callejero: si las mujeres no denuncian debido a la falta de acción por parte de las autoridades, no existirá un registro fidedigno de los casos, ni a nivel estatal ni federal. Para obtener un panorama completo de la situación y diseñar soluciones efectivas y medibles, es imprescindible crear mecanismos de denuncia adecuados y accesibles.

El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) reportó que en 2024, el 51.2% de la población total en México eran mujeres. Además, en el segundo trimestre de 2023 el Gobierno del Estado señaló un aumentó de 737 mil personas en la Población Económicamente Activa (PEA), de las cuales 436 mil fueron mujeres. Estos datos reflejan claramente la creciente participación de las mujeres en la sociedad y, por ende, la urgencia de garantizar su seguridad en los espacios públicos.

La seguridad de las mujeres en las calles es un reflejo del nivel de equidad y justicia en el país. Sin mecanismos efectivos de denuncia ni políticas públicas que aborden de raíz el problema del acoso callejero, la impunidad seguirá siendo la norma; es responsabilidad de las autoridades y de la ciudadanía en su conjunto trabajar por espacios verdaderamente seguros, donde las mujeres puedan transitar sin temor. La equidad no es un ideal lejano, sino una meta alcanzable si se toman medidas concretas y sostenibles.

Share this content:

Post Comment