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El verdadero Gran Silencio, cuando bailar se volvió un delito: Represión en las Fiestas de Manzanillo

El verdadero Gran Silencio, cuando bailar se volvió un delito: Represión en las Fiestas de Manzanillo

Autora: Naomi E. Regla

Las Fiestas de Mayo de Manzanillo debían ser, como cada año, un espacio para el encuentro, la música y la convivencia. La presentación de “El Gran Silencio” el pasado 3 de mayo no solo prometía una noche inolvidable, sino que también simbolizaba algo más profundo: la posibilidad de celebrar la cultura popular en un espacio público, tener otros géneros musicales en estas fiestas y reunir a jóvenes y grandes que han heredado el gusto musical. Pero lo que ocurrió esa noche, poco después de las 10:30 p.m., cambió todo el panorama de estas fiestas.

El Gran Silencio” es una banda que convoca generaciones. Desde quienes crecieron con el “Chúntaro Style” hasta los más jóvenes que descubren en su mezcla de cumbia, rock y hip hop una identidad que no cabe en etiquetas. Su aparición en el escenario fue celebrada con saltos, gritos y teléfonos apuntando al cielo. El ambiente era festivo.

La banda formada en Monterrey en 1992 no necesitó presentación. Aunque el evento estaba programado para iniciar a las 9:00 p.m., diversos ajustes técnicos y la participación del grupo telonero retrasaron su salida hasta las 9:40 p.m. aproximadamente.

La presentación comenzó con retraso, pero con fuerza. La música fluyó como se esperaba: con potencia. Las primeras filas, desde que sonaron los primeros acordes, como todo concierto de rock, respondieron con gritos, brincos y celulares al aire, y por supuesto, se entregaron al slam. El característico baile entre empujones y brincos que forma parte del ritual de estos conciertos. Quien ha ido a un concierto de rock sabe que no hay agresión allí, hay desahogo, hay conexión, hay juventud. Pero no todos lo perciben así.

¿Cómo pasamos del baile al miedo? ¿En qué momento las autoridades perdieron el control del orden para caer en la violencia?

Aproximadamente una hora después, a eso de las 10:30 p.m., desde las torres de vigilancia dentro del área del escenario principal, se vieron señales entre los policías que pocos notaron. En minutos, se activó una movilización de elementos de la policía municipal y personal de Protección Civil, que se aproximaron al frente del escenario y se retiró a un grupo de asistentes; casi de inmediato se desató el caos -como registran vídeos ampliamente difundidos- rociaron gas a la multitud.

De pronto la banda dejó de tocar. La gente comenzó a correr en estampida. Gritos, llantos y confusión. Una menor de edad salió de la multitud llorando y con la vista nublada por el gas pimienta directo, su familia comenzó a echar agua abundante como único mecanismo de auxilio. ¿Cómo se supone que se reacciona ante una agresión así, cuando solo viniste a bailar?

Con un estimado de 10 mil asistentes, decenas de niños, adolescentes y adultos mayores resultaron afectados, y otros cientos cayeron en la ira y la impotencia. Familias se iban del lugar, mientras que grupos de mujeres y hombres comenzaban a gritar palabras altisonantes. Otros solo observaban y documentaban lo sucedido por más de 20 minutos, hasta que la policía decidió, o recibió la orden, de retirarse después de gasear en más de dos ocasiones a los ciudadanos presentes.

¿Qué provocó la agresión?

Existen varias versiones, pero ninguna es completamente clara. Una de ellas indica que los policías malinterpretaron el slam como un comportamiento violento. Otra, que había consumo de marihuana entre algunos asistentes. Ninguna justifica el uso desproporcionado de la fuerza.

Y si, aunque “El Gran silencio” regresó minutos después al escenario, a eso de las 11:00 p.m., y trató de continuar el espectáculo, cerrando una hora después con temas como “Dormir Soñando” y “Chúntaros Style”, la acción ya estaba hecha, el enojo y el miedo no se disipa fácilmente.

Lo que hasta ahora se sabe es limitado. Según el comunicado emitido a través de la Dirección General de Seguridad Pública y Policía Vial, compartido por el Ayuntamiento de Manzanillo alrededor de las 11:40 p.m., se inició una investigación contra un elemento policiaco “por suproceder errático”.

También se afirmó que las personas afectadas fueron atendidas por Protección Civil y que no hubo consecuencias graves, sin embargo, testigos afirman que la atención no fue inmediata. Una de las menores afectadas por el gas recibió auxilio solo de sus familiares. Cuando finalmente llegó Protección Civil, sus padres, indignados, dijeron: “¿Ya para qué?”.

En redes sociales, un testimonio publicado horas después de finalizado el concierto resonó confuerza…el de la propia banda. El vocalista, Tony Hernández, expresó su molestia desde su cuenta oficial deFacebook:

“Pinchi criterio bofo el de los polis del evento de manzanillo, entiendo que sean muy ignorantes y no entiendan qué es el Slam y que no están nada actualizados tal vez porque no hay tocadas tan seguido, pero que prepotencia al aventar gas lacrimógeno al público? Había niños chingao y solo estaban bailando, y lo peor a mí y a varios integrantes del gran nos cayó todo el gas pimienta y aun traigo todo rojo el ojo…”

No es una denuncia menor, no es cualquier grupo, y no es cualquier escenario. Aquí no solo se trató de suspender por unos minutos un concierto; se interrumpió un acto legítimo de baile y expresión. Se afectó a ciudadanos que no cometían delito alguno.

Hay versiones que intentan justificar la acción policiaca: que el slam se interpretó como violencia, que se detectó consumo de marihuana. Aún si alguna fuera cierta, ninguna justificaría el uso indiscriminado de un agente químico en un evento masivo, menos aún sin protocolos claros, sin avisos previos, y con personas vulnerables en el entorno.

El caso no puede analizarse como un hecho aislado. Hay una pregunta de fondo que debe preocuparnos: ¿Por qué sigue siendo tan común que la policía responda con fuerza excesiva ante manifestaciones culturales juveniles?

La criminalización del baile, del cuerpo, del “desorden” es una vieja práctica. Lo vimos en los 90 con los skatos, con los cholos, con los emos. Hoy el patrón se repite.

Este hecho habla también de una falla en la formación de los cuerpos de seguridad. No es posibleque en pleno 2025 un policía no distinga entre una pelea real y un grupo de personas bailando. O peor aún: que lo entiendan, pero decidan reprimirlo de todos modos.

El 3 de mayo dejó una huella que no borran con boletines de prensa. Manzanillo se encuentra en un momento de reflexión: ¿estamos dispuestos a permitir que actos como este pasen sin consecuencias reales? ¿Seguiremos normalizando la narrativa oficial que minimiza estos abusoscomo “errores humanos”?

El respeto a la libertad de expresión, a la cultura popular y al uso del espacio público no puede condicionarse al criterio improvisado de una autoridad mal entrenada.

A la fecha, no se han hecho públicos avances o resultados de la indagatoria más allá del comunicado. Lo poco que se sabe lo han difundido medios independientes y testigos directos. La autoridad, de nuevo, guarda silencio.

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