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“Yo era feliz… hasta que llegó él”

“Yo era feliz… hasta que llegó él”

Por: Hellen Galilea Amador Ceballos.

Este es el caso de Kenia, una chica de 20 años que nos relata el abuso que sufrió en su última relación, este es uno de tantos casos de violencia que existen aquí en Colima.

De acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), 3 de cada 10 adolescentes denuncian que sufren violencia en el noviazgo. En el caso mexicano, 76% de las adolescentes entre 15 y 17 años ha sufrido violencia psicológica 17% sexual y 15% física.

Hubo un tiempo en el que era feliz. Me bastaban mis amigos, las salidas espontáneas, el trabajo que me mantenía ocupada mientras decidía qué estudiar. Era feliz, sin miedo, vivía al día y creía que todo lo que necesitaba estaba justo ahí, entonces fue cuando apareció él.

Lo conocí por una amiga. Se llama Carlos. Era amable, carismático, de esos que se ganan tu atención sin hacer mucho. Comenzamos a salir, a hablar más seguido, y sin darme cuenta, ya estaba sintiendo algo por él.

Nos unía una herida: ambos veníamos de un mal amor. Eso nos hacía creer que juntos podíamos ser lo que tanto habíamos buscado. Durante un tiempo, lo fuimos. Era romántico, detallista, como un cliché bonito de esos k-dramas que tanto me gustan, que me hacía pensar que había encontrado a alguien diferente.

“Pero lo rosa se volvió gris, muy pronto…”

Al mes de relación, me gritó “puta” y “pendeja” por tener amigos hombres. Me llamó infiel. Lo que antes no le importaba, ahora era motivo de insultos. Bloqueó a mi mejor amigo solo porque me mandó mensaje cuando estaba con él y yo… creí que tenía razón. Sus palabras eran veneno disfrazado de lógica. Me empezó a hacer a su modo, yo me dejé.

Me alejé de mis amigos. Dejé de salir. Mi mundo se redujo a él y solamente él, cada vez más, se volvía una prisión, pasó de ser aquel príncipe que me sacó del castillo a ahora ser el dragón que lo custodia. Celos, gritos, reclamos. Incluso en mi trabajo, si hablaba con un hombre, aunque fuera para pedir cambio, él se enojaba. Me decía cosas horribles. Me levantó la mano. No una, varias veces.

Cuando empezamos a tener relaciones, me negué a su decisión de no cuidarnos. Él insistía. Que no se sentía igual, que no pasaría nada. Yo lo decía, yo lo repetía: “No quiero”. Pero él no escuchaba. Solo hacía lo que quería.

Cada vez me sentía más usada, como un simple juguete. Lloraba mientras él me tocaba, yo le pedía que parara, pero él jamás lo hacía, yo ya no quería estar ahí, pero no sabía cómo salir. No me veía sin él. Era lo único que me quedaba… o eso pensaba.

Las pastillas de emergencia se volvieron parte de mi rutina diaria. Primero una al mes. Luego dos. Luego tres. Mi cuerpo se descontroló. Mi ánimo, peor. Y él, en vez de apoyar, me decía loca. Que solo quería pelear.

En abril, tuve un retraso, tenía mareo, náuseas, miedo.

Hablé con un compañero del trabajo, le conté cómo me sentía y él me sugirió una prueba, me la realicé ahí mismo en mi trabajo, mi sorpresa fue cuando después de hacerla vi el resultado: Positivo.

Tenía 19 años. Ni siquiera había comenzado la universidad. Él no tenía trabajo. ¿Cómo íbamos a tener una vida digna? ¿Con mi sueldo mínimo de cajera? ¿mis sueños ahora solo serían eso, sueños?

Quise recuperarme, volver a ser yo. Empecé a desobedecerlo. A pensar en mí. Pero el miedo me seguía. Y más aún con un hijo en camino.

Entonces llegó mayo, en una fiesta me fue infiel. Cuando lo enfrenté, me culpó. Que yo había cambiado. Que ya no era la misma. Terminamos por teléfono. Ni siquiera fue capaz de verme.

—Ya no eres como antes. Lo mejor es dejarlo hasta aquí.

—Por favor… puedo cambiar…

—No. Adiós.

Quise contarle del bebé. No me dejó. Me bloqueó.

Yo solo quería que supiera. No por lástima. Solo por responsabilidad. Pero ya no había nadie del otro lado, terminé quedándome yo sola, lo que tanto temía.

Desesperada, recurrí a una amiga. Esmeralda. Ella fue mi soporte cuando más lo necesité. Me ayudó a interrumpir el embarazo. Me dolió. Claro que sí. Porque alguna vez imaginé una vida con él, una familia, un futuro juntos.

Pero ese niño no merecía crecer entre violencia, insultos y abandono. Fue lo mejor. Para él, para mí, para todos.

Hoy, él no sabe que existió. Y así debe seguir.

Porque hay caminos que nunca debieron cruzarse. Porque eso no era amor. Era dependencia.

Y aprendí que si duele… no es amor.

En Colima, un 73.9% de las mujeres de 15 años o más han experimentado algún tipo de violencia, incluyendo psicológica, física, sexual, económica o patrimonial a lo largo de su vida, según la ENDIREH (Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares) el 48.2% ha experimentado este tipo de violencia en los últimos 12 meses.

Las mujeres de 15 años y más que han tenido una relación de pareja, 41.3% han sido violentadas por su pareja a lo largo de la relación actual o última y, de estas, 20.7% han experimentado violencia psicológica en los últimos 12 meses.

Aquí en Colima existe Instituto Colimense de las Mujeres quienes se encargan de ayudar a las mujeres que han sufrido de violencia en donde te brindan atención, orientación, acompañamiento jurídico y psicológico además de un refugio donde puedas estar segura además de contar con 4 programas en donde cada uno te brindara la ayuda que necesites.

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