Progreso que desplaza: la otra cara de la ampliación Colima–Manzanillo
Por Yeraldy Hernández
La ampliación de la carretera Colima-Manzanillo avanza con maquinaria, conos y escombro a la vista. Para las autoridades, ese proyecto representa progreso, fluidez vehicular y modernidad. Sin embargo, para los comerciantes a la altura del crucero de Tecoman y de las colonias La María Esther, Estación, Bayardo, y Salazar que han hecho de la orilla de esa vía su lugar de trabajo, el panorama es muy distinto: cada metro de pavimento ganado parece ser un espacio de trabajo perdido.
Los vendedores locales, que por años han ofrecido sus productos a los viajeros, hoy enfrentan un escenario desolador. Las obras no solo dificultan el acceso a los clientes entre señalizaciones y escasa posibilidad de estacionarse, sino que también desploman las ventas y siembran incertidumbre sobre el futuro. ¿Habrá espacio para ellos cuando la carretera esté terminada? ¿O quedarán relegados, invisibles, en nombre del “desarrollo”?
Lo que antes para los clientes era una parada para probar productos locales ahora es un trayecto incómodo que muchos prefieren evitar.
Aquí se revela una contradicción profunda: las obras públicas suelen presumirse como un beneficio colectivo, pero en el camino suelen destruir realidades concretas y oficios que sostienen familias. Los comerciantes de la autopista Colima-Manzanillo no ven necesaria esa ampliación, y aunque sus voces puedan sonar pequeñas frente a la maquinaria pesada, reflejan un problema mayor: la ausencia de diálogo entre las autoridades y quienes resultan directamente afectados. La falta de diálogo con los afectados convierte el progreso en imposición.
El debate no es menor. Colima, Tecomán y Manzanillo dependen en gran medida de la conectividad de esa vía, clave para el transporte de mercancías y el turismo. Pero, ¿de qué sirve un camino más amplio si en el proceso se sacrifica a quienes han construido por décadas la economía local alrededor de él?
Las obras públicas no deberían construirse únicamente con cemento y pavimento; debe cimentarse también en la empatía y en la participación social. Si el progreso arrasa con los espacios de subsistencia, ¿a quién sirve realmente? Una carretera más amplia puede acelerar trayectos, sí, pero también puede ampliar la brecha entre un discurso gubernamental que celebra obras “históricas” y una ciudadanía que siente que, una vez más, no fue tomada en cuenta.
Lo que está en juego no es solo la ampliación de un camino, sino la dignidad de quienes han vivido de él durante generaciones. Y en esa tensión, surge una pregunta incómoda pero necesaria: ¿qué tan lejos se quiere llegar si, en el trayecto, dejan a tantos atrás?
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